ARTE Y LITERATURA

 

FABULAS GATUNAS DE ESOPO Y LA FONTAINE

Esopo nació en Frigia, Asia Menor en el 550 a.C. Es posible que algunas de los cuentos contadas por Esopo fueran viejas historias contadas de boca en boca, pero también hay que reconocer que fue un agudo observador del comportamiento humano y lo transcribió a sus fábulas. Algunas de éstas, fueron duras críticas al poder político y a las costumbres sociales contemporáneas, lo que le costó la vida en Delfos, donde fue arrojado desde un barranco.

Muchas de las fábulas de Esopo, fueron reescritos por otros fabulistas como La Fontaine, Samaniego, Iriarte etc. , que han mejorado o adornado literariamente la forma de contar la historia, pero el mensaje es el mismo que brindó Esopo.

la fontaine

La Fontaine fue uno de los grandes maestros de la fábula, vivió en Francia en el siglo XVII (1621-1695). En esa época comenzó a reinar Luis XIV (1643), que implanta una tiranía vergonzosa. Dentro de este contexto La Fontaine con sus fábulas, realizó críticas a las relajadas costumbres de la época. Algunas de las fábulas contadas eran recreaciones de fábulas de Esopo, escritas en el siglo VI a.C.



La fábula es un género literario, que consiste en una historia breve, que transmite una enseñanza (llamada moraleja). La fábula refleja el conjunto de vicios y virtudes humanas, personificado por animales, la idea es enseñar con el ejemplo y tratar de formar mejores personas y la mejor convivencia entre los seres humanos. En general los protagonistas de estas historias son animales que hablan entre ellos y desarrollan la trama del cuento y al final algunos de los protagonistas o el autor indica la moraleja.

Los personajes comunes de las fábulas, como el león, el lobo, el zorro, la oveja, etc. tienen generalmente un rol bastante predecible, (dice Chesterton: muchos hombres aprendieron a conectar las simples y fuertes criaturas con las simples y fuertes verdades). El gato es un personaje un poco cambiante, a veces es astuto e inteligente y otras veces es tonto o malvado. De todos modos es interesante tener en cuenta que en ese momento histórico - siglo VI a.C.- el gato ya participaba de historias contadas por la gente y era parte de la literatura de la época.

1- El Gato y el ratón viejo

Eran muchos los ratones que cazaba cierto gato: pero al fin más advertidos aquellos, determinaron no bajar de los sitios altos y estarse siempre donde no pudiese alcanzarles su incansable enemigo.

No desmayó por esto el gato, sino que, fingiéndose muerto, se colgó por los pies de un madero que había en la pared.

- Es inútil que te hagas el mortecino –le dijo un ratón asomándose en su agujero-, porque conozco tus mañas y no pienso moverme de aquí.



El varón prudente podrá ser engañado una sola vez porque luego no confiará más en falsas palabras.


2- La zorra y el gato

Se alababa una zorra hablando con un gato, de que sabía mil medios distintos para preservar su vida, a lo cual contestaba el gato que no era tan sabio, pues sólo confiaba en su ligereza en trepar para salir de cualquier apuro.

Aparecen en esto los perros, y el gato logró escaparse encaramándose a un árbol, pero la zorra, no pudiendo hacer lo mismo, cayó en poder de sus enemigos.


Vale más saber una sola cosa que sea útil, que muchas que no sirven.


3- La gata convertida en mujer

Tanto quería a una gata muy bella cierto joven, que pidió a Venus la convirtiese en mujer, y accediendo la diosa la transformó en una hermosa y elegante doncella.

Casóse con ella el mancebo, y queriendo Venus probar si habiendo cambiado su forma se habían cambiado también, como era de suponer, sus costumbres, hizo que apareciese un ratón delante de la novia, que tan pronto como lo vio en medio de la sala, se olvidó de su nueva figura y se lanzó detrás de él para cógerle. Indignada, la diosa volvió a la transformada gata a su forma primitiva.



Aunque se mude de condición y de estado, siempre se conservan las costumbres primitivas.


4- El gato y los ratones (el ratón viejo)

Enterado un gato (Marramaquiz- Samaniego)de que en cierta casa vecina abundaban los ratones, encaminose a ella y en varias veces se engulló cuantos quiso. Los afligidos al ver que cada día faltaban algunos amigos, se dijeron en ratonil confianza:

- Puesto que todos vamos a perecer, cuerdo será quedarse cada uno en su escondrijo, que el gato, por salatarín que sea, no podrá llegar entonces hasta nosotros.



Hiciéronlo así; pero el hambre, que es fecunda en recursos, sugirió al gato de atraérselos nuevamente, para lo cual, colgándose de un palo, fingióse muerto. Los ratoncillos más jóvenes comenzaron a sacar la cabeza, y aun a exponerse a salir, hasta que un ratón viejo (Roepan- Samaniego), que con astucia miraba al gato, exclamó:

- Muerto está, compañeros, pero por lo mismo que está muerto, quedémonos todavía aquí para no turbar el esposo de los difuntos.



Hay quien asegura que al gato se le bajó la sangre a la cabeza y se murió de veras.



El varón prudente evitará ser engañado con astucias y dobleces.

La experiencia y la prudencia indican que la desconfianza es la madre de la seguridad.



5- El gato y el ratón joven

Un ratoncillo sin experiencia, que había caído en poder de un gato viejo, imploraba la clemencia de éste entre otras cosas:

- ¡Perdonadme la vida por esta vez! Yo no puedo hacer daño alguno, puesto que con poca cosa me alimento. Esperad a que engorde, y entonces podré servir de merienda a vuestros hijos.

- ¡A mí me vienes con esas patrañas! - exclamó Micifuz- ¿No ves que soy ya gato viejo? Por mi parte, yo no te voy a perdonar. Y en cuanto a mis hijos, ya buscarán cuando necesiten.



Y sin más explicaciones, devoró al Ratoncillo.



La juventud presume de alcanzarlo todo (o que todo lo consigue), y la vejez es inexorable.


6- Los gatos y los ratones

Allá en tiempos remotos, estalló feroz guerra entre gatos y ratones, fatal en la mayor parte de las batallas para los segundos. Mas como quiera que entre los ratones nadie confesaba que las derrotas eran debidas a debilidad o miedo, llegó a prevalecer la opinión de que el no ser conocidos los jefes en lo recio de la pelea contribuía a introducir el desorden en las batallas.

Un ratón viejo aconsejó:

- Debemos nombrar muchos generales y hacerles uniformes vistosos, con plumas y penachos en la cabeza, de esta suerte las tropas se agruparán alrededor de sus caudillos y todo el ratonil ejército se batirá como un solo hombre.



Arregladas así las cosas, presentose nueva batalla a los Gatos. Pero éstos que, con la facilidad de siempre, arrollaron rápidamente a sus enemigos, no sólo los derrotaron como hasta entonces, sino que, persiguiendo a los que huían, pudieron comerse a todos los generales, porque el plumero les impidió ocultarse en sus ratoneras.



Cuantos hay que por culpa del plumero pagan no ya el delito de la cobardía, sino el necio pecado de la vanidad!.


7- El cascabel del gato

Se dice que había en cierta casa un Gato tan activo y vigilante que no dejaba ni un momento de tranquilidad a los ratones. Y viendo éstos que su número disminuía considerablemente, resolvieron reunirse en asamblea, con el fin de hallar solución al difícil caso.

Después de haberse discutido y desechado varios proyectos, habló un Ratón menudo y presuntuoso, y dijo que el gato hacía tantos estragos entre los ratones porque debido a la blandura de sus patas no se le oía llegar.

- Yo creo -agregó- que si le pusiéramos un cascabel al cuello, éste nos avisaría su aproximación, y tendríamos tiempo de ocultarnos. Con tan sencillo expediente nos burlaríamos del Gato.



Una salva de aplausos cubrió la voz del reformista, que ufano volvió a sentarse lleno de orgullo. Pero un ratón sesudo, que hasta entonces no había hecho más que oír y callar, tomó la palabra y dijo con voz grave:

- Amigos míos, ese proyecto me parece magnífico, pero ahora yo pregunto ¿quién va a encargarse de ponerle el cascabel al Gato?



Una cosa es la teoría y otra la práctica.


8- El águila, la gata y la jabalina

Una añosa y copuda encina daba cómodo albergue a un águila en su copa, a una gata en mitad de su tronco y a una jabalina y sus lechones en el hueco de su raíz. Pacíficamente vivían las tres familias al abrigo del árbol, hasta una mañana en que la gata, pérfida y astuta, subió hasta la copa y habló así al águila.

- En gran peligro estás, querida amiga. La jabalina no cesa de hozar en los terrenos que nos cercan, y presumo que se propone derribar nuestro árbol, para después comerse nuestros hijos cuando los halle en tierra. ¡ Hay que vivir vigilantes!

Y mientras el águila quedaba suspensa con semejante revelación, la jabalina escuchaba de la Gata enredosa el siguiente chisme:

- He hablado con el águila - le dijo -, y de sus palabras deduzco que acecha un momento en que te marches, para bajar y arrebatarte tus lechones. ¡Debes vivir con cautela!

Águila y Jabalina resolvieron, en vista de las circunstancias, no abandonar ni un solo instante sus casas respectivas. Y como no salían a buscar víveres, el terror maternal les costó la vida. Cuando murieron, la gata y sus hijos se deleitaron con los despojos de aquellos que dieron oídos a cuentos de vencidad.



Las gentes que se dejan arrastrar a las disputas de los chismosos y demagogos son víctimas sin quererlo de su perversidad.



9- El Gato y los gorriones

Un gato y un gorrión trabaron estrecha amistad desde su más tierna infancia. Algunas veces, no obstante, incomodábase el segundo con el primero, pero el gato se limitaba a enseñar las uñas, y el asunto no tenía otras consecuencias.

Ocurrió cierto día que el Gorrión trabó conocimiento con otro individuo de su especie. Y como ambos eran de carácter pendenciero, se acaloraron una vez y se batieron encarnizadamente. El amigo del Gato llevó la peor parte en aquella lucha, y ciego de cólera, rogó a su antiguo amigo que le vengaze. Hízolo así el Gato, echando la zarpa al Gorrión victorioso y engulléndoselo de dos bocados. Mas sucedió que al probar la carne de pajarillo, que olvidando por un momento los lazos y afectos de la infancia, se engulló seguidamente al gorrión amigo.



Parece que en esta fábula no se sugirió moraleja, así que cada lector puede sacar la conclusión que quiera, pero sería bueno pensar que:

A veces es mejor no despertar algunos instintos que llevamos dentro.

Otra versión dice:

En cuestiones de familia no debe pedirse - a ser posible- la intervención de los extraños.


10- El gato y la zorra

Se alababa una zorra hablando con un gato, de que sabía mil medios distintos para preservar su vida, a lo cual contestaba el gato que no era tan sabio, pues sólo confiaba en su ligereza en trepar para salir de cualquier apuro.

Aparecen en esto los perros, y el gato logró escaparse encaramándose a un árbol, pero la zorra, no pudiendo hacer lo mismo, cayó en poder de sus enemigos.



Vale más saber una sola cosa que sea útil, que muchas que no sirven.





11- La gata convertida en mujer

Tanto quería a una gata muy bella cierto joven, que pidió a Venus la convirtiese en mujer, y accediendo la diosa la transformó en una hermosa y elegante doncella.

Casose con ella el mancebo, y queriendo Venus probar si habiendo cambiado su forma se habían cambiado también, como era de suponer, sus costumbres, hizo que apareciese un ratón delante de la novia, que tan pronto como lo vio en medio de la sala, se olvidó de su nueva figura y se lanzó detrás de él para cogerle. Indignada, la diosa volvió a la transformada gata a su forma primitiva.



Aunque se mude de condición y de estado, siempre se conservan las costumbres primitivas.


 

FRASES FAMOSAS DE GATOS

El gato posee belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, coraje sin ferocidad, todas las virtudes del hombre sin sus vicios. Lord Byron (1788-1824)


Cuando en una casa egipcia se declara un incendio, sus habitantes se precupan muy poco del fuego y mucho de sus gatos. Los protegen, los vigilan y, si alguno, fuera de sí, logra escapar y precipitarse a las llamas, la aflicción abate a los egipcios. Cuando un gato muere de muerte natural, todos los habitantes de la casas se rasuran las cejas. Colocan al gato embalsamado en un compartimento secreto y lo transportan a la ciudad de Bubastis. Relato de Herodoto (484-425 a.C.)




Gato, m. Suave autómata indestructible preparado por la naturaleza para recibir patadas cuando las cosas van mal en el círculo doméstico.
Ambrose Bierce (1842-1914)


Deseo que en mi casa haya
una mujer razonable,
un gato deslizándose entre los libros,
y amigos en todas las épocas,
sin los cuales no puedo vivir.
Guillaume Apollinaire (1880-1918)




Dar gato por liebre. Refrán español.

Es mi espíritu familiar; juzga, preside, inspira todo desde la altura de su imperio, ¿por ventura es un mago, un dios?

Charles Baudelaire (1821-1867)



Los gatos deberán llevar tres cascabeles que con su sonido anuncien su proximidad a los pájaros.

Ley vigente de Lemonine, Montana, U.S.A.



Tigres, Leones, Panteras, Elefantes, Osos, Perros, Focas, Delfines, Caballos, Camellos, Chimpancés, Gorilas, Conejos, Pulgas, etc. ¡Todos han pasado por ello! ...Los únicos que nunca hemos hecho el gilipollas en el circo... ¡SOMOS LOS GATOS!

(Garfield)

Pero el más salvaje de los animales salvajes era el gato. Andaba solo y todos los lugares eran iguales para él.

Rudyard Kipling (1865-1936)



Quien a los gatos ama bella mujer tendrá.

Proverbio medieval



Los férvidos amantes y los sabios austeros, aman del mismo modo, en su madura edad, los poderosos gatos, orgullo de las casas, como ellos sedentarios, frioleros como ellos. [...] Cuando sueñan, adoptan actitudes augustas de esfinges reclinadas contra la soledad, y parecen dormidos con un sueño sin fin; mágicas chispas brotan de sus ancas mullidas y partículas de oro como una fina arena vagamente constelan sus místicas pupilas.
Charles Baudelaire


Prefiero los gatos a los perros, porque no hay gatos policiales.
Jean Cocteau (1889-1963)



Los gatos son incomprendidos porque no se dignan explicarse: son enigmáticos únicamente para quien ignora la potencia expresiva del mutismo.
Paul Morand (1888-1976)



Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre.
Víctor Hugo (1802-1885)



Ella jugaba con su gata
y verla era maravilla.
La mano blanca y la blanca pata
retozando en la sombra de la tarde.
Paul Verlaine (1844-1896)


El gato no nos acaricia, se acaricia con nosotros.
Antoine Conde de Rivarol (1753-1801)


Son distantes, discretos, impecablemente limpios y saben callar. ¿Acaso hace falta más para considerarlos una excelente buena compañía?
Reina Maria Leszcysnka, Siglo XVIII



Me gusta del gato su carácter independiente y casi ingrato que le impide atarse a quien sea, la indiferencia con que transita de los salones a su originario callejón. El gato vive solo. No necesita sociedad alguna. Sólo obedece cuando quiere, o simula dormir para observar mejor y araña todo cuanto puede arañar.
Chateaubriand (1768-1848)

El ideal de la calma es un gato sentado.
Jules Renard (1864-1910)
Se le reprocha al gato su gusto por estar a sus anchas, su predilección por los muebles más mullidos donde descansar o jugar: igual que los hombres. De acechar a los enemigos más débiles para comérselos: igual que los hombres... De ser reacio a todas las obligaciones: igual que los hombres una vez más.
Jean Baptiste Say (1767-1832)



El gato y el ratón nunca son de la misma opinión.
ANONIMO



Mouse perdido. ¿tiene usted gato? si no
ANONIMO INFORMATICO



Gato con guantes, no caza ratones.
REFRANERO ESPAÑOL



"Si yo prefiero los gatos a los perros es porque no hay gatos polícias."
Jean Cocteau, escritor francés



Del gato me gusta su temperamento independiente e ingrato, que le impide sentir apego por alguien; la indiferencia con que pasa del salón al tejado. El gato vive solo. No necesita sociedad alguna

François René de Chateaubriand



 

 REFRANES DE GATOS

refranes y dichos populares.
******** 
Bien se lava el gato después de harto.
Buen amigo es el gato cuando no araña.
Buscar los tres pies al gato.
Cada uno según su condición, el hombre honrado, y el gato ladrón.
Cambiar perro por gato, nunca sale barato.
Cara de beato y uñas de gato.
Con los curas y los gatos, pocos tratos.
Cuando el gato está ausente, los ratones se divierten.
Cuando se le empina el rabo al gato, no tiene nada en el plato.
Cuando todo se hierve, te pueden dar gato por liebre.
De noche todos los gatos son pardos.
Defenderse como gato panza arriba.
El amor de los gatos, a voces y por los tejados.
El gato es un tigre para el ratón.
El gato y el ratón nunca son de la misma opinión.
El oficio del gato, matar el rato.
El perro es de su amo, y de la casa el gato.
El sitio más fresco de la aldea es el sitio por donde el cura se pasea y el sitio más templado de la casa es el rincón donde el gato descansa. De todo lo cuál se infiere que los curas y los gatos son los seres más sensatos (refrán extremeño).
El trato engendra amistad entre el perro y el gato.
Febrero, gatos en celo.
Gato del mes de enero, vale un carnero.
Gato con cascabel, ni el ratón ve.
Gato con guantes no caza ratones.
Gato con guantes no caza, pero amenaza.
Gato dormilon no pilla raton.
Gato enfadado, araña hasta con el rabo.
Gato enratado no quiere pescado.
Gato escaldado, del agua fría huye.
Gato gordo, honra su casa.
Gato maullador, no es buen cazador.
Gato negro da buena suerte.
Gato negro trae mala suerte.
Gato viejo, rata tierna.
Gato viejo, caza guayabitos (refrán cubano).
Gato que mucho se lava, anuncia agua.
Gato que no caza, ¿qué pinta en casa?
Gatos y niños siempre dicen: mío mío.
Hasta los gatos quieren zapatos (refrán cubano).
Hijo de gata, ratones mata.
Hijo de gato caza ratón; hijo de pillo sale bribón.
Hombre que no roba y gato ladrón, ambos cumplen con su obligación.
Jamás en el mismo plato comen el ratón y el gato.
La curiosidad mató al gato.
La mujer y el gato se acicalan cada rato.
La presa que robó el gato, no vuelve jamás al plato.
Lo que has de dar al ratón, dáselo al gato.
Los gatos de Abril "pa" mí, los de Mayo "pa" mi hermano y los de Junio "pa" ninguno.
Los rincones para los gatos, y las esquinas para los guapos.
Mucha carne para tan poco gato.
Mucho sabe el ratón, pero más el gato.
Más come en una semana un gato que cien ratones en todo un año.
Nada más una vez capan al gato.
Ni gato en palomar, ni cabra en olivar.
Ni gato ni perro de color bermejo.
No hay que buscarle tres patas al gato, sabiendo que tiene cuatro.
No hay que decir ¡zape! Hasta que pase el último gato.
No importa el color del gato, lo importante es que se coma a los ratones.
No mantengas más gatos que los que cazan ratones.
No tengo gato, ni perro, ni velas en ese entierro.
Nunca falta un gato para lamer el plato.
Palabras de santo, uñas de gato.
Para pasar el rato, se puede limpiar la cabeza al gato.
Perro y gato no caben en un saco.
Ponerle el cascabel al gato.
Por robar la carne el gato, se colgó en el garabato.
Por un gato que maté, me llamaron matagatos.
Quien le quita un pelo a un gato, no le hace ningún maltrato.
Quien más tira, se lleva el gato al agua.
Quien no ha visto una pantera, ve a un gato y sale en carrera.
Ratón de campo, no lo caza el gato.
Ratón que sólo conoce un agujero pronto cae del gato en el garguero.
Sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato.
Si hay trato, amigos pueden pueden ser el perro y el gato.
Si nada sobra en tu plato, no tengas perro ni gato.
Siete vidas tiene el gato, y la mujer tres o cuatro.
Tener más vidas que un gato.
Un campesino entre dos abogados, como un pez entre dos gatos (refrán norteamericano).
Un ojo al gato y otro al garabato.
Una vez encarrerado el ratón, ni cuenta que se da el gato.

 

VARJAK PAW

El libro  de SF Said VARJAK que va sobre un gato persa de un bonito color azul, de raza como todos sus antepasados des de donde se pierde la memoria, y que jamas se movio de su casa . Un dia un desconocido le obliga a salir a la calle y a vivir alli, entonces todo un mundo se abre ante el sobre todo precariedades y la amistad y tambien como valorarse a si mismo. es un libro que se llevo el premio Smarties con la medalla de oro y es recomendado para menores de entre 9 y 12 años, libro de aventuras y valoración personal que muy bien puede ser recomendado para todo el mundo. además Dave Mckean nos lo muestra en un nuevo proyecto de cine....
Adaptación de un cuento de S.F. Said 

Dave McKean vuelve a asomar la zarpaWeb relacionada:
·www.varjakpaw.com/
 
Si hace unos días hablábamos de los nuevos proyectos del guionista de cómics y novelista Neil Gaiman, hoy hemos de referirnos a los de su pareja artística, Dave McKean.

McKean, que debutó el año pasado en la realización de largometrajes con MirrorMask, escrita por Gaiman, volverá a dirigir para la Jim Henson Company. Su nueva película se titula Varjak Paw, y adapta una novela juvenil de S.F. Said cuyo protagonista es un gato hogareño que se arriesga a explorar el mundo exterior para ayudar a sus dueños.

Se da la circunstancia de que McKean ya ilustró en 2003 el cuento de Said, y que ambos han desarrollado una secuela llamada The Outlaw Varjak Paw, publicada el año pasado.

Aún se desconoce si la película, de animación, se producirá mediante técnicas tradicionales o digitales.

Pequeña antología
Historia con dos gatas



por Marta Brunet
Resulta que una vez en una casa muy grande, donde vivían dos señoras muy viejas, muy viejas, había dos Gatas que tenían cada cual un Gatito chiquitito, negro y todavía con los ojitos cerrados. Y resulta que a una de las Gatas -que se llamaba Linda- se le murió su hijito y ella no hallaba qué hacer de pena y se lo pasaba maullando y recorría todas las piezas de la casa, porque la pobrecita no quería convencerse de que su Gatito había muerto.
Y andando, andando, Linda llegó al sitio donde estaba la otra Gata con su hijito. Esta Gata se llamaba Pinta. Y resulta que Linda creyó que el gatito de Pinta era el suyo, y se puso furiosa y dio un maullido terrible, diciendo que aquél era su hijo, y el rabo se le erizó y los ojos le brillaron y las uñas parecían alfileres de esos bien puntiagudos. Y al ver esta actitud, Pinta contestó que el Gatito era suyo, y tomando la defensiva, empezaron a pelear como fieras salvajes.
Volaban los pelos, sangraban las narices, las orejas eran las que padecían los peores mordiscos y los maullidos que daban eran como rugidos de puma. Y tanta fue la pelotera, que llegaron las dos viejas señoras con las viejas sirvientas, y a fuerza de escobazos y hasta de jarros de agua consiguieron separar a las dos Gatas, medio locas de rabia y hechas una compasión.
El caso fue que las dos quedaron tan malheridas, que al día siguiente Linda no pudo salir de su cajón, porque apenas veía, con los ojos hinchados por los arañazos y mordiscos. Pero la pobre Pinta estaba descaderada por un feroz palo que le dieran al querer separarlas, y se sentía tan mal, la infeliz, que pensó en que iba a morirse y en que no era posible dejar a su Gatito abandonado, sin nadie que le diera de mamar ni que lo cuidara siquiera.
Entonces Pinta tomó al Gatito en el hocico -como ustedes saben que hacen las Gatas-, y andando con suma dificultad, arrastrándose, mejor dicho, llegó hasta el cajón en donde estaba Linda, medio ciega y llena de tristezas y de rencores.
Fue Pinta la que habló primero, porque la otra no hallaba que pensar ni qué decir al verla.
-No vengo en son de pelea, Linda. Bien caro nos ha costado lo de ayer. Siento todo esto por mi Gatito, yo voy a morir; estoy segura de ello. Nuestro instinto no nos engaña, ya lo sabes. Y no quiero que mi Gatito quede solo en el mundo, sin una mamá que lo cuide y lo alimente. Te lo traigo. Te lo doy. Tú has perdido a tu hijito. Quédate con este mío, y sé buena con él.
Linda se alzó en su cajón, pero, como no veía, se quedó esperando que Pinta le entregara al Gatito. No podía contestar de emoción. Cuando sintió el blando paquete que Pinta echaba suavemente a su lado, se hizo un rollo, formándole un nido en que su nuevo hijito se acomodó, lleno de regalonerías. Entonces habló:
-Puedes confiar en mí. No te imaginas cuánto te agradezco que me lo hayas dejado. Lo cuidaré como si en verdad fuera mi hijito, mi Gatito mío. Puedes morir tranquila.
Y empezó a lamerle la cabecita al Gatito, que se había puesto a almorzar. Pinta los miró un rato y después, silencionsamente, con mucho trabajo se fue arrastrando hasta un rincón obscuro de la bodega, para morir al poco rato.
Linda crió al Gatito con todo cariño, lo mismo que si hubiera sido su hijito. Y resulta que lo más curioso de esta historia ¡es que es cierta!

estraido de:


La Reina Blanca de Ciudad Miau
Ronronia tenía la tez más blanca de Vendavalia. El blanco era el color favorito del Mago Dragón, que era verde, así que el Mago Dragón se enamoró perdidamente de Ronronia.
—Ronronia —dijo el mago—, quiero que te cases conmigo y vivas en mi isla.
El Mago Dragón era un dragón con poderes mágicos que vivía flotando como una isla. Ronronia no quería ir a aburrirse en medio del agua. Además, el verde no era su color favorito.
—Todavía soy joven para casarme —respondió.
—Nunca conocerás a nadie como yo —dijo el mago.
—Eso espero —dijo Ronronia.
—No me hagas enojar —dijo el mago.
—Por qué no te vas al cuerno —dijo Ronronia.
El mago maldijo a Ronronia y la transformó en una gata blanca.
—Serás humana de nuevo —le dijo— cuando un humano se enamore de la gata blanca.
—Miau —dijo Ronronia.
El Mago Dragón le dijo adiós y se dedicó a su entretenimiento favorito, que era contarse las escamas verdes mientras flotaba en el mar. Ronronia, convertida en gata, anduvo de aquí para allá tratando de hablar con la gente. Nadie entendía sus maullidos. Un día, caminando por la playa, encontró al príncipe Tertulio.
—Miau —saludó Ronronia.
—Lindo gatito —dijo Tertulio acariciándole la cabeza.
—No soy un lindo gatito, pedazo de torpe —dijo Ronronia—. Soy una muchacha transformada en gata por un hechizo del Mago Dragón.
Pero Tertulio sólo oyó Miau miau miau, y se cansó de los maullidos, porque no era un príncipe muy paciente.
—Fuera de aquí, gatito —le dijo.
Ronronia se enfadó, le robó la corona y echó a correr. El príncipe la siguió, pero pronto perdió el aliento y perdió de vista a la gata, así que también perdió la corona.
Ronronia llegó a un muelle y subió a un barco. En el barco navegó de un lado a otro hasta que llegó a Ciudad Miau y decidió quedarse allí. En Ciudad Miau vivían casi todos los gatos de Vendavalia. Era una gran roca con forma de gato mirando el mar. El viento había tallado esa roca en tiempos muy antiguos.
Un gato viejo y barbudo le salió al encuentro.
—Te noto algo raro —le dijo a Ronronia.
Y claro que le notaba algo raro. Los gatos de Vendavalia cambiaban de color según el viento. Eran rojos, verdes, azules o amarillos según soplara viento norte, este, oeste o sur. Cuando soplaba viento de todas partes eran un arco iris viviente. Pero Ronronia era blanca todo el tiempo.
—Sólo soy gata a medias —explicó Ronronia, rompiendo a llorar—. El Mago Dragón me maldijo.
—Ese mago está chiflado —comentó el gato viejo y barbudo.
Una multitud de gatos se había reunido alrededor, cambiando de color en el viento. Todos estaban intrigados por el pelo blanco de Ronronia.
—¿Y qué es esa cosa brillante? —preguntó el gato viejo y barbudo, señalando la corona que Ronronia traía enganchada en la pata.
—Una corona —dijo Ronronia.
—Una gata blanca que tiene una corona en la pata tendría que ser reina de Ciudad Miau —dijeron los demás gatos. Nunca habían tenido reyes ni reinas ni emperadores ni caciques, y la idea les parecía divertida. Micifuces, mininos y morrongos alzaron a Ronronia en andas, la llevaron a Ciudad Miau y la coronaron reina con la corona que ella le había robado a Tertulio.
—Ustedes están chiflados —dijo el gato viejo y barbudo.
Ronronia se sentía feliz de ser una gata reina, pero como sólo era gata a medias, sólo era feliz a medias. Todos los días caminaba hasta la orilla del mar y miraba el horizonte.
Y entretanto, del otro lado de ese horizonte, un barco navegaba hacia Ciudad Miau. Era un barco pirata, y allí viajaba el príncipe Tertulio. Este príncipe era hijo del emperador de Salpicondia. Cuando Ronronia le robó la corona en la playa, Tertulio se había alejado de los guardias que lo protegían. Los piratas lo habían visto indefenso y lo habían secuestrado para pedir rescate. En el barco los piratas lo obligaban a escribir cartas al emperador. Ponían las cartas en el buche de un pájaro mensajero y el pájaro se las llevaba al emperador y volvía con las respuestas.
"Papá emperador —escribía Tertulio—, una gata me robó la corona y los piratas me capturaron en la playa."
"Querido papanatas —contestaba el emperador—, no me explico de dónde saqué un hijo tan bobo."
"Papá emperador —escribía Tertulio—, los piratas exigen veinte mil salpicondios de oro a cambio de mi principesca persona."
"Querido zopenco —contestaba el emperador—, con los tiempos que corren, no puedo gastar dinero en principescas tonterías."
"Papá emperador —escribía Tertulio—, estos piratas son buena gente. Me atienden bien y me cuidan mucho. Pero dicen que si no reciben lo que han pedido, me colgarán del palo mayor."
"Querido bodoque —contestaba el emperador—, yo sabía que te sentirías cómodo entre piratas, pues me has pirateado toda la vida. Aquí les mando soga para que te cuelguen."
El pájaro mensajero iba y venía, resoplando y aleteando. A medida que el barco pirata se alejaba de Salpicondia, los vuelos de ida y vuelta del pájaro se volvían más largos y cansadores. Los piratas iban a Ciudad Miau porque pensaban que allí nadie los molestaría mientras negociaban con el emperador, pero las imperiales respuestas eran poco alentadoras. Decidieron pedir menos por Tertulio. También decidieron enviar la próxima carta a la emperatriz, que debía de tener el corazón más blando.
"Mamá emperatriz —escribió Tertulio—, los piratas están dispuestos a liberarme por sólo diez mil salpicondios de oro."
"Querido badulaque —contestó la emperatriz—, te creerás que tu padre y yo encontramos el dinero en la calle. Diez mil sopapos te voy a dar cuando aparezcas. Esos piratas deben ser amigotes tuyos que quieren plata para ir de juerga."
Cuando el pájaro mensajero llevó esta ultima carta, el barco pirata ya navegaba frente a la roca con forma de gato. Desde lo alto de esa roca, un gato vigía vio el barco y corrió a llevar la noticia a la Reina Blanca. El viento que producía al correr le cambiaba rápidamente el color. Salió azul y llegó verde. Ronronia maulló de alegría al enterarse de que venía un barco y bajó a la playa para recibirlo.
El barco tardó una noche más en acercarse a tierra. Cuando cantó el pájaro del amanecer y el sol tiñó el mar de rojo, los piratas echaron anclas y desembarcaron. Se sentaron en la playa a tomar vino y a discutir qué harían con Tertulio. El pájaro mensajero esperaba pacientemente en un mástil del barco.
—Este príncipe es un estorbo —dijo un pirata.
—El emperador no quiere pagar nada por él —dijo otro.
—Podría unirse a nuestra banda —sugirió un tercero.
—Ya hay bastantes inútiles a bordo —dijo el capitán.
—Podríamos abandonarlo aquí —dijo otro pirata.
—Sería mejor deshacerse de él —dijo el capitán—. De lo contrario, un día podría buscar venganza.
—No se preocupen por mí —tartamudeó Tertulio—. No soy vengativo.
—No te metas en lo que no te incumbe —dijeron los piratas.
Y continuaron con su lista de sugerencias:
—Podemos ahogarlo.
—Podemos ahorcarlo.
—Podemos azotarlo.
—Podemos decapitarlo.
Ronronia escuchaba esta conversación escondida detrás de una roca. Miraba a Tertulio con curiosidad, porque creía recordar esa cara de alguna parte. Se asomó para verlo mejor. Tertulio, maniatado entre los piratas, vio que una cosa brillante reflejaba el sol. Miró la cosa brillante con creciente interés, mientras los piratas bebían y discutían animadamente sobre las diversas maneras de triturarlo, apalearlo y despedazarlo.
—La corona —murmuró Tertulio.
—No interrumpas más —dijo el capitán.
—En un momento así habla de coronas —dijo otro pirata—. Admito que tiene coraje.
—Quizá no sea tan inútil después de todo —comentó otro.
—La corona —insistió Tertulio.
—¿De qué corona está hablando? —preguntó el capitán.
Ronronia notó que la habían visto. Dio media vuelta y echó a correr. Tertulio se levantó para perseguirla. Tenía las manos atadas, pero las piernas libres.
—Alto —gritó Tertulio.
—Miau —gritó Ronronia.
—El prisionero se escapa —gritó el pájaro mensajero desde el mástil, y se puso a dormir la siesta.
Ronronia corrió hacia Ciudad Miau perseguida por Tertulio, quien corría perseguido por los piratas. A Ronronia se le cayó la corona, que rodó por la arena e hizo tropezar a Tertulio, que cayó de bruces. Los piratas vieron la corona y se olvidaron del prisionero.
—Es mía —gritó el capitán.
—Mía —gritó otro pirata.
Estaban borrachos de tanto tomar vino. La corona se les resbaló de las manos. Otros dos piratas intentaron atajarla y chocaron de cabeza en el aire. Aterrizaron en la arena y tumbaron a los que venían detrás. La corona dio una voltereta, rebotó en varias cabezas y nuevamente echó a rodar por la playa. Tertulio se repuso del tropiezo, se levantó y alcanzó la corona. Como tenía las manos atadas, la pateó con fuerza para alejarla de los piratas. La corona rodó playa abajo.
Ronronia y los demás gatos se habían reunido en un médano para mirar el espectáculo.
—Parece un nuevo deporte —dijo el gato viejo y barbudo.
—Eso debe ser —exclamaron los demás gatos.
Maullando alegremente, se sumaron al alboroto. Cambiando de color, corrían entre los piratas pasándose la corona: un gato azul se la tiró a uno pardo, el gato pardo esquivó a un pirata con parche, el pirata le arrojó un sablazo, el sable se incrustó en la arena; el pardo le pasó la corona a un gato amarillo, el amarillo se puso verde y se la pasó a Tertulio, Tertulio cabeceó, la corona voló, el capitán la enganchó con la punta del garfio, un gato celeste se la quitó con los dientes y la arrojó a los pies del gato viejo y barbudo.
—Miau —gritaron los gatos, es decir—: ¡Gol!
—Están chiflados —dijo el gato viejo y barbudo.
Volvió a arrojar la corona al campo mientras Tertulio aprovechaba para rasparse las ligaduras contra la espada de un pirata tan ebrio que apenas podía tenerse en pie.
Esta vez los gatos tomaron rápidamente la delantera, y pronto volvieron a arrojar la corona hacia el gato viejo.
—Miauuu —exclamaron victoriosamente, es decir—: ¡Otro goool!
El gato viejo y barbudo se preparó para devolverles la corona. Tertulio, que se había terminado de desatar, agitó los brazos para que se la arrojara a él. El gato vaciló. La reina blanca maulló una orden. El gato viejo y barbudo obedeció y le tiró la corona al príncipe. Tertulio corrió playa arriba seguido por piratas furiosos y gatos risueños. Ronronia dio otra orden y los gatos empezaron a corretear entre las piernas de los piratas.
Los piratas tropezaron, rodaron al suelo y no pudieron levantarse. El vino, los golpes y el ejercicio los habían agotado. Durmieron la mona y despertaron maniatados: Tertulio los había amarrado con la soga que le había mandado su padre y los había puesto a todos a bordo. Ató a uno de ellos al timón y pidió al pájaro mensajero que lo vigilara para que siguiera rumbo a Salpicondia sin desviarse.
—Si intenta cambiar el curso —dijo Tertulio—, dale un picotazo en la cabeza.
El pájaro mensajero, harto de volar de aquí para allá, aceptó con mucho gusto.
Tertulio miró su abollada corona y se acercó a la gata blanca.
—Hiciste bien en quitármela —dijo, poniéndole la corona en la cabeza—. Yo soy un haragán que no sirve para príncipe. Te la devuelvo porque te has portado como una reina.
—Miau —dijo el gato viejo y barbudo, es decir—: Estos humanos están chiflados.
—Aunque al menos he sabido recuperarla —agregó Tertulio con cierto orgullo.
—Miau —suspiró Ronronia.
—Qué maullido tan dulce —dijo Tertulio. Alzó a Ronronia con ambas manos—. Mi corona te queda espléndida.
Ronronia sintió una picazón en todo el cuerpo.
—Nunca había visto a una gata tan bella —exclamó Tertulio.
La picazón de Ronronia se volvió comezón.
—Más aún —exclamó Tertulio—. Nunca había visto un animal tan bello.
La comezón de Ronronia se volvió cosquilleo.
—Más aún —exclamó Tertulio—. Nunca había visto una criatura tan bella. —Y añadió, asustado de sus propias palabras—: ¿Es posible enamorarse de una gata que uno conoció en la playa cuando le robaba la corona?
El cosquilleo de Ronronia se convirtió en una electricidad que le erizó el pelaje blanco. Sus patas se alargaron, su cola se acortó, sus pupilas se redondearon, sus bigotes se borraron. el pelo blanco de la cabeza se transformó en cabello rubio, el pelo blanco del cuerpo se transformó en tez blanca.
—Miau —dijo el gato viejo y barbudo restregándose los ojos, es decir—: Estoy chiflado.
Tertulio se sorprendió teniendo en brazos a una muchacha blanca en vez de una gata blanca.
—Miau —dijo la muchacha blanca—. Hola.
Sólo estaba vestida con la corona de Tertulio, que se apresuró a ofrecerle su capa para abrigarla.
—Me llamo Ronronia —dijo Ronronia envolviéndose en la capa.
Tertulio no dijo nada porque estaba totalmente embobado.
Escribió una carta para sus imperiales padres y la puso en el buche del pájaro mensajero: "Papá emperador y mamá emperatriz, he decidido renunciar al trono de Salpicondia para casarme con la reina de Ciudad Miau". La respuesta llegó pocos días más tarde: "Querido ex príncipe, hemos recibido a los piratas prisioneros y los encontramos muy simpáticos, así que los hemos nombrado herederos del trono".
Micifuces, mininos y morrongos celebraron la boda de Tertulio y Ronronia tirándoles arroz con leche. Los imperiales padres de Tertulio y los ex piratas asistieron con imperiales regalos y gritaron "¡Vivan los novios!" con imperial compostura. El gato viejo y barbudo los felicitó diciéndoles que estaban chiflados.
Tertulio y Ronronia tuvieron hijos que a veces eran humanos y a veces gatos y a menudo cambiaban de color, para gran diversión de sus imperiales abuelos, que iban con frecuencia a visitarlos.
Y hablando de colores, cuando el Mago Dragón se enteró de que Ronronia había roto el hechizo, se agarró una rabieta que se puso más verde de lo que era.
("La Reina Blanca de Ciudad Miau" pertenece al ciclo de Vendavalia, una serie de cuentos para chicos de toda edad (adultos incluidos). Editorial Sudamericana ha publicado un volumen de CUENTOS DE VENDAVALIA (en su colección Pan Flauta, con ilustraciones de Marcelo Elizalde) que va por su cuarta edición e incluye dos cuentos de la serie, "El pájaro del amanecer" y "El palacio al revés".) .

extraido de...

El gato con botas


Un molinero dejó como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro, y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

-Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:

-No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos.

Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro.

No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él.

Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:
-He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.
-Dile a tu amo, respondió el rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.

En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.

El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al rey productos de caza de su amo. Un día supo que el rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo,
y le dijo a su amo:
-Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha:
no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.

El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando!

Al oír el grito, el rey asomó la cabeza por la portezuela y reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.

El rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor marqués de Carabás. El rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.

El rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo.
El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:
-Buenos segadores, si no decís al rey que el prado que estáis segando es del marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.

Por cierto que el rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.
-Es del señor marqués de Carabás, dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado.
-Tenéis aquí una hermosa heredad, dijo el rey al marqués de Carabás.

-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.

El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo:

-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos
campos pertenecen al marqués de Carabás, os haré picadillo
como carné de budín.

El rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.

-Son del señor marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el rey nuevamente se alegró con el marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.

El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era éste ogro y de lo que sabia hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.

-Me han asegurado, dijo el gato, que vos tenias el don de convertiros en cualquier clase de animal, que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.
-Es cierto, respondió el ogro con brusquedad, y para demostrarlo, veréis cómo me convierto en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.

Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.

-Además me han asegurado, dijo el gato, pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.

-¿Imposible?, repuso el ogro, ya veréis; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.
Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.
Entretanto, el rey que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al rey:

-Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor marqués
de Carabás.

-¡Cómo, señor marqués, exclamó el rey, este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.

El marqués ofreció la mano a la joven princesa y, siguiendo al rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el rey estaba allí.

El rey, encantado con las buenas cualidades del señor marqués
de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor,
viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:

-Sólo dependerá de vos, señor marqués, que seáis mi yerno.
El marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el rey; y ese mismo día se casó con la princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.
MORALEJA
En principio parece ventajoso
contar con un legado sustancioso
recibido en heredad por sucesión;
más los jóvenes, en definitiva
obtienen del talento y la inventiva
más provecho que de la posición.


OTRA MORALEJA
Si puede el hijo de un molinero
en una princesa suscitar sentimientos
tan vecinos a la adoración,
es porque el vestir con esmero,
ser joven, atrayente y atento
no son ajenos a la seducción.



Federico García Lorca

Canción novísima de los gatos
Mefistófeles casero
está tumbado al sol.
Es un gato elegante con gesto de león,
bien educado y bueno,
si bien algo burlón.
Es muy músico; entiende
a Debussy, más no
le gusta Beethoven.
Mi gato paseó
de noche en el teclado,
¡Oh, que satisfacción
de su alma! Debussy
fue un gato filarmónico en su vida anterior.
Este genial francés comprendió la belleza
del acorde gatuno sobre el teclado. Son
acordes modernos de agua turbia de sombra
(yo gato lo entiendo).
Irritan al burgués: ¡Admirable misión!
Francia admira a los gatos. Verlaine fue casi un gato
feo y semicatólico, huraño y juguetón,
que mayaba celeste a una luna invisible,
lamido (?) por las moscas y quemado de alcohol.
Francia quiere a los gatos como España al torero.
Como Rusia a la noche, como China al dragón.
El gato es inquietante, no es de este mundo. Tiene
el enorme prestigio de haber sido ya Dios.
¿Habéis notado cuando nos mira soñoliento?
Parece que nos dice: la vida es sucesión
de ritmos sexuales. Sexo tiene la luz,
sexo tiene la estrella, sexo tiene la flor.
Y mira derramando su alma verde en la sombra.
Nosotros vemos todos detrás al gran cabrón.
Su espíritu es andrógino de sexos ya marchitos,
languidez femenina y vibrar de varón,
un espíritu raro de inocencia y lujuria,
vejez y juventud casadas con amor.
Son Felipes segundos dogmáticos y altivos,
odian por fiel al perro, por servil al ratón,
admiten las caricias con gesto distinguido
y nos miran con aire sereno y superior.
Me parecen maestros de alta melancolía,
podrían curar tristezas de civilización.
La energía moderna, el tanque y el biplano
avivan en las almas el antiguo dolor.
La vida a cada paso refina las tristezas,
las almas cristalizan y la verdad voló,
un grano de amargura se entierra y da su espiga.
Saben esto los gatos mas bien que el sembrador.
Tienen algo de búhos y de toscas serpientes,
debieron tener alas cuando su creación.
Y hablaran de seguro con aquellos engendros
satánicos que Antonio desde su cueva vio.
Un gato enfurecido es casi Schopenhauer.
Cascarrabias horrible con cara de bribón,
pero siempre los gatos están bien educados
y se dedican graves a tumbarse en el sol.
El hombre es despreciable (dicen ellos), la muerte
llega tarde o temprano ¡Gocemos del calor!
Este gran gato mío arzobispal y bello
se duerme con la nana sepulcral del reloj.
¡Que le importan los senos (?) del negro Eclesiastés,
ni los sabios consejos del viejo Salomon?
Duerme tu, gato mío, como un dios perezoso,
mientras que yo suspiro por algo que voló.
El bello Pecopian (?) se sonríe en mi espejo,
de calavera tiene su sonrisa expresión.
Duerme tu santamente mientras toco el piano.
este monstruo con dientes de nieve y de carbón.
Y tú gato de rico, cumbre de la pereza,
entérate de que hay gatos vagabundos que son
mártires de los niños que a pedradas los matan
y mueren como Sócrates
dándoles su perdón.

¡Oh gatos estupendos, sed guasones y raros, y tumbaos panza arriba bañándoos en el sol! 
   Federico García Lorca
  _________
1986, se descubrió este bello poema inédito dedicado por el poeta a los gatos.

- Wislawa Szymborska - 
***un gato en un piso vacío ***

Un gato en un piso vacío
Morir -eso a un gato no se le hace.
Porque, ¿que puede hacer un gato
en un piso vacío?
Subirse por las paredes.
Restregarse contra los muebles.
Nada aquí ha cambiado,
pero nada es como antes.
Nada ha cambiado de sitio,
pero nada está en su sitio.
Y la luz sigue apagada al anochecer.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no los esperados.
Una mano deja pescado en el plato
y no es, tampoco, la de antes.
Algo no empieza
a la hora de siempre.
Algo no sucede
según lo establecido.
Alguien estaba aquí, estaba siempre,
y de repente desapareció
y se empeña en no estar.
Se ha buscado ya en los armarios,
se han recorrido los estantes.
Se ha comprobado bajo la alfombra.
Incluso se ha roto la veda
de esparcir papeles.
¿Qué más se puede hacer?
Dormir y esperar.
¡Ay, cuando él regrese,
ay, cuando aparezca!
Se enterará de que estas no son maneras
de tratar a un gato.
Como quien no quiere la cosa,
habrá que acercársele,
despacito,
sobre unas patitas, muy, muy ofendidas.
Y, de entrada, nada de brincos ni maullidos.
- Wislawa Szymborska - 
Incluido en la coleccion de odas gracias a Diario Gatuno una magnifica pagina que debes visitar

El gato negro

From Wikisource

Ni espero ni quiero que se dé crédito a la historia más extraordinaria, y, sin embargo, más familiar, que voy a referir. Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sueño. Pero mañana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no trataré de esclarecerlos. A mí casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les parecerán menos terribles que barroques. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar común. Alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, encontrará tan sólo en las circunstancias que relato con terror una serie normal de causas y de efectos naturalísimos.
La docilidad y humanidad de mi carácter sorprendieron desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi corazón, que había hecho de mí el juguete de mis amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales, y mis padres me permitieron poseer una gran variedad de favoritos. Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como cuando los daba de comer o los acariciaba. Con los años aumentó esta particularidad de mi carácter, y cuando fui hombre hice de ella una de mis principales fuentes de goce. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los goces que eso puede producir. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural.

Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposición semejante a la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna de proporcionármelos de la especie más agradable. Tuvimos pájaros, un pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligencia, aludía frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disimuladas. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo recuerdo.
Plutón—llamábase así el gato—era mi predilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me siguiera por la calle.
Nuestra amistad subsistió así algunos años, durante los cuales mi carácter y mi temperamento—me sonroja confesarlo—, por causa del demonio de la intemperancia, sufrió una alteración radicalmente funesta. De día en día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incluso con violencias personales. Naturalmente, mi pobre favorito debió de notar el cambio de mi carácter. No solamente no les hacía caso alguno, sino que los maltrataba. Sin embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún despertaba en mí la consideración suficiente para no pegarle. En cambio, no sentía ningún escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afecto, se cruzaban en mi camino. Pero iba secuestrándome mi mal, porque, ¿qué mal admite una comparación con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plutón, que envejecía y, naturalmente se hacía un poco huraño, comenzó a conocer los efectos de mi perverso carácter.
Una noche, en ocasión de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de uno de mis frecuentes escondrijos del barrio, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo cogí, pero él, horrorizado por mi violenta actitud, me hizo en la mano, con los dientes, una leve herida. De mí se apoderó repentinamente un furor demoníaco. En aquel instante dejé de conocerme. Pareció como si, de pronto, mi alma original hubiese abandonado mi cuerpo, y una ruindad superdemoníaca, saturada de ginebra, se filtró en cada una de las fibras de mi ser. Del bolsillo de mi chaleco saqué un cortaplumas, lo abrí, cogí al pobre animal por la garganta y, deliberadamente, le vacié un ojo... Me cubre el rubor, me abrasa, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.
Cuando, al amanecer, hube recuperado la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté un sentimiento mitad horror, mitad remordimiento, por el crimen que había cometido. Pero, todo lo más, era un débil y equívoco sentimiento, y el alma no sufrió sus acometidas. Volví a sumirme en los excesos, y no tardé en ahogar en el vino todo recuerdo de mi acción.
Curó entre tanto el gato lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, es cierto, un aspecto espantoso. Pero después, con el tiempo, no pareció que se daba cuenta de ello. Según su costumbre, iba y venía por la casa; pero, como debí suponerlo, en cuanto veía que me aproximaba a él, huía aterrorizado. Me quedaba aún lo bastante de mi antiguo corazón para que me afligiera aquella manifiesta antipatía en una criatura que tanto me había amado anteriormente. Pero este sentimiento no tardó en ser desalojado por la irritación. Como para mi caída final e irrevocable, brotó entonces el espíritu de perversidad, espíritu del que la filosofía no se cuida ni poco ni mucho.
No obstante, tan seguro como que existe mi alma, creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano, una de esas indivisibles primeras facultades o sentimientos que dirigen el carácter del hombre... ¿Quién no se ha sorprendido numerosas veces cometiendo una acción necia o vil, por la única razón de que sabía que no debía cometerla? ¿No tenemos una constante inclinación, pese a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la Ley?
Digo que este espíritu de perversidad hubo de producir mi ruina completa. El vivo e insondable deseo del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar y últimamente a llevar a efecto el suplicio que había infligido al inofensivo animal. Una mañana, a sangre fría, ceñí un nudo corredizo en torno a su cuello y lo ahorqué de la rama de un árbol. Lo ahorqué con mis ojos llenos de lágrimas, con el corazón desbordante del más amargo remordimiento. Lo ahorqué porque sabía que él me había amado, y porque reconocía que no me había dado motivo alguno para encolerizarme con él. Lo ahorqué porque sabía que al hacerlo cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía a mi alma inmortal, hasta el punto de colocarla, si esto fuera posible, lejos incluso de la misericordia infinita del muy terrible y misericordioso Dios.
En la noche siguiente al día en que fue cometida una acción tan cruel, me despertó del sueño el grito de: "¡Fuego!" Ardían las cortinas de mi lecho. La casa era una gran hoguera. No sin grandes dificultades, mi mujer, un criado y yo logramos escapar del incendio. La destrucción fue total. Quedé arruinado, y me entregué desde entonces a la desesperación.
No intento establecer relación alguna entre causa y efecto con respecto a la atrocidad y el desastre. Estoy por encima de tal debilidad. Pero me limito a dar cuenta de una cadena de hechos y no quiero omitir el menor eslabón. Visité las ruinas el día siguiente al del incendio. Excepto una, todas las paredes se habían derrumbado. Esta sola excepción la constituía un delgado tabique interior, situado casi en la mitad de la casa, contra el que se apoyaba la cabecera de mi lecho. Allí la fábrica había resistido en gran parte a la acción del fuego, hecho que atribuí a haber sido renovada recientemente. En torno a aquella pared se congregaba la multitud, y numerosas personas examinaban una parte del muro con atención viva y minuciosa. Excitaron mi curiosidad las palabras: "extraño", "singular", y otras expresiones parecidas. Me acerqué y vi, a modo de un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gigantesco gato. La imagen estaba copiada con una exactitud realmente maravillosa. Rodeaba el cuello del animal una cuerda.
Apenas hube visto esta aparición—porque yo no podía considerar aquello más que como una aparición—, mi asombro y mi terror fueron extraordinarios. Por fin vino en mi amparo la reflexión. Recordaba que el gato había sido ahorcado en un jardín contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín fue invadido inmediatamente por la muchedumbre, y el animal debió de ser descolgado por alguien del árbol y arrojado a mi cuarto por una ventana abierta. Indudablemente se hizo esto con el fin de despertarme. El derrumbamiento de las restantes paredes había comprimido a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido. La cal del muro, en combinación con las llamas y el amoníaco del cadáver, produjo la imagen tal como yo la veía.
Aunque prontamente satisfice así a mi razón, ya que no por completo mi conciencia, no dejó, sin embargo, de grabar en mi imaginación una huella profunda el sorprendente caso que acabo de dar cuenta. Durante algunos meses no pude liberarme del fantasma del gato, y en todo este tiempo nació en mi alma una especie de sentimiento que se parecía, aunque no lo era, al remordimiento. Llegué incluso a lamentar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los miserables tugurios que a la sazón frecuentaba, otro favorito de la misma especie y de facciones parecidas que pudiera sustituirle.
Hallábame sentado una noche, medio aturdido, en un bodegón infame, cuando atrajo repentinamente mi atención un objeto negro que yacía en lo alto de uno de los inmensos barriles de ginebra o ron que componían el mobiliario más importante de la sala. Hacía ya algunos momentos que miraba a lo alto del tonel, y me sorprendió no haber advertido el objeto colocado encima. Me acerqué a él y lo toqué. Era un gato negro, enorme, tan corpulento como Plutón, al que se parecía en todo menos en un pormenor: Plutón no tenía un solo pelo blanco en todo el cuerpo, pero éste tenía una señal ancha y blanca aunque de forma indefinida, que le cubría casi toda la región del pecho.
Apenas puse en él mi mano, se levantó repentinamente, ronroneando con fuerza, se restregó contra mi mano y pareció contento de mi atención. Era pues, el animal que yo buscaba. Me apresuré a proponer al dueño su adquisición, pero éste no tuvo interés alguno por el animal. Ni le conocía ni le había visto hasta entonces.
Continué acariciándole, y cuando me disponía a regresar a mi casa, el animal se mostró dispuesto a seguirme. Se lo permití, e inclinándome de cuando en cuando, caminamos hacia mi casa acariciándole. Cuando llego a ella se encontró como si fuera la suya, y se convirtió rápidamente en el mejor amigo de mi mujer.
Por mi parte, no tardó en formarse en mí una antipatía hacia él. Era, pues, precisamente, lo contrario de lo que yo había esperado. No sé cómo ni por qué sucedió esto, pero su evidente ternura me enojaba y casi me fatigaba. Paulatinamente, estos sentimientos de disgusto y fastidio acrecentaron hasta convertirse en la amargura del odio. Yo evitaba su presencia. Una especie de vergüenza, y el recuerdo de mi primera crueldad, me impidieron que lo maltratara. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de tratarle con violencia; pero gradual, insensiblemente, llegué a sentir por él un horror indecible, y a eludir en silencio, como si huyera de la peste, su odiosa presencia.
Sin duda, lo que aumentó mi odio por el animal fue el descubrimiento que hice a la mañana del siguiente día de haberlo llevado a casa. Como Plutón, también él había sido privado de uno de sus ojos. Sin embargo, esta circunstancia contribuyó a hacerle más grato a mi mujer, que, como he dicho ya, poseía grandemente la ternura de sentimientos que fue en otro tiempo mi rasgo característico y el frecuente manantial de mis placeres más sencillos y puros.
Sin embargo, el cariño que el gato me demostraba parecía crecer en razón directa de mi odio hacia él. Con una tenacidad imposible de hacer comprender al lector, seguía constantemente mis pasos. En cuanto me sentaba, acurrucábase bajo mi silla, o saltaba sobre mis rodillas, cubriéndome con sus caricias espantosas. Si me levantaba para andar, metíase entre mis piernas y casi me derribaba, o bien, clavando sus largas y agudas garras en mi ropa, trepaba por ellas hasta mi pecho. En esos instantes, aun cuando hubiera querido matarle de un golpe, me lo impedía en parte el recuerdo de mi primer crimen; pero, sobre todo, me apresuro a confesarlo, el verdadero terror del animal.
Este terror no era positivamente el de un mal físico, y, no obstante, me sería muy difícil definirlo de otro modo. Casi me avergüenza confesarlo. Aun en esta celda de malhechor, casi me avergüenza confesar que el horror y el pánico que me inspiraba el animal habíanse acrecentado a causa de una de las fantasías más perfectas que es posible imaginar. Mi mujer, no pocas veces, había llamado mi atención con respecto al carácter de la mancha blanca de que he hablado y que constituía la única diferencia perceptible entre el animal extraño y aquel que había matado yo. Recordará, sin duda, el lector que esta señal, aunque grande, tuvo primitivamente una forma indefinida. Pero lenta, gradualmente, por fases imperceptibles y que mi razón se esforzó durante largo tiempo en considerar como imaginaria, había concluido adquiriendo una nitidez rigurosa de contornos.
En ese momento era la imagen de un objeto que me hace temblar nombrarlo. Era, sobre todo, lo que me hacía mirarle como a un monstruo de horror y repugnancia, y lo que, si me hubiera atrevido, me hubiese impulsado a librarme de él. Era ahora, digo, la imagen de una cosa abominable y siniestra: la imagen ¡de la horca! ¡Oh lúgubre y terrible máquina, máquina de espanto y crimen, de muerte y agonía!
Yo era entonces, en verdad, un miserable, más allá de la miseria posible de la Humanidad. Una bestia bruta, cuyo hermano fue aniquilado por mí con desprecio, una bestia bruta engendraba en mí en mí, hombre formado a imagen del Altísimo, tan grande e intolerable infortunio. ¡Ay! Ni de día ni de noche conocía yo la paz del descanso. Ni un solo instante, durante el día, dejábame el animal. Y de noche, a cada momento, cuando salía de mis sueños lleno de indefinible angustia, era tan sólo para sentir el aliento tibio de la cosa sobre mi rostro y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que yo no podía separar de mí y que parecía eternamente posada en mi corazón.
Bajo tales tormentos sucumbió lo poco que había de bueno en mí. Infames pensamientos convirtiéronse en mis íntimos; los más sombríos, los más infames de todos los pensamientos. La tristeza de mi humor de costumbre se acrecentó hasta hacerme aborrecer a todas las cosas y a la Humanidad entera. Mi mujer, sin embargo, no se quejaba nunca ¡Ay! Era mi paño de lágrimas de siempre. La mas paciente víctima de las repentinas, frecuentes e indomables expansiones de una furia a la que ciertamente me abandoné desde entonces.
Para un quehacer doméstico, me acompañó un día al sótano de un viejo edificio en el que nos obligara a vivir nuestra pobreza. Por los agudos peldaños de la escalera me seguía el gato, y, habiéndome hecho tropezar la cabeza, me exasperó hasta la locura. Apoderándome de un hacha y olvidando en mi furor el espanto pueril que había detenido hasta entonces mi mano, dirigí un golpe al animal, que hubiera sido mortal si le hubiera alcanzado como quería. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe. Una rabia más que diabólica me produjo esta intervención. Liberé mi brazo del obstáculo que lo detenía y le hundí a ella el hacha en el cráneo. Mi mujer cayó muerta instantáneamente, sin exhalar siquiera un gemido.
Realizado el horrible asesinato, inmediata y resueltamente procuré esconder el cuerpo. Me di cuenta de que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de que se enteraran los vecinos. Asaltaron mi mente varios proyectos. Pensé por un instante en fragmentar el cadáver y arrojar al suelo los pedazos. Resolví después cavar una fosa en el piso de la cueva. Luego pensé arrojarlo al pozo del jardín. Cambien la idea y decidí embalarlo en un cajón, como una mercancía, en la forma de costumbre, y encargar a un mandadero que se lo llevase de casa. Pero, por último, me detuve ante un proyecto que consideré el mas factible. Me decidí a emparedarlo en el sótano, como se dice que hacían en la Edad Media los monjes con sus víctimas.
La cueva parecía estar construida a propósito para semejante proyecto. Los muros no estaban levantados con el cuidado de costumbre y no hacía mucho tiempo había sido cubierto en toda su extensión por una capa de yeso que no dejó endurecer la humedad.
Por otra parte, había un saliente en uno de los muros, producido por una chimenea artificial o especie de hogar que quedó luego tapado y dispuesto de la misma forma que el resto del sótano. No dudé que me sería fácil quitar los ladrillos de aquel sitio, colocar el cadáver y emparedarlo del mismo modo, de forma que ninguna mirada pudiese descubrir nada sospechoso.
No me engañó mi cálculo. Ayudado por una palanca, separé sin dificultad los ladrillos, y, habiendo luego aplicado cuidadosamente el cuerpo contra la pared interior, lo sostuve en esta postura hasta poder establecer sin gran esfuerzo toda la fábrica a su estado primitivo. Con todas las precauciones imaginables, me preocupé una argamasa de cal y arena, preparé una capa que no podía distinguirse de la primitiva y cubrí escrupulosamente con ella el nuevo tabique.
Cuando terminé, vi que todo había resultado perfecto. La pared no presentaba la más leve señal de arreglo. Con el mayor cuidado barrí el suelo y recogí los escombros, miré triunfalmente en torno mío y me dije: "Por lo menos, aquí, mi trabajo no ha sido infructuoso".
Mi primera idea, entonces, fue buscar al animal que fue causante de tan tremenda desgracia, porque, al fin, había resuelto matarlo. Si en aquel momento hubiera podido encontrarle, nada hubiese evitado su destino. Pero parecía que el artificioso animal, ante la violencia de mi cólera, habíase alarmado y procuraba no presentarse ante mí, desafiando mi mal humor. Imposible describir o imaginar la intensa, la apacible sensación de alivio que trajo a mi corazón la ausencia de la detestable criatura. En toda la noche se presentó, y ésta fue la primera que gocé desde su entrada en la casa, durmiendo tranquila y profundamente. Sí; dormí con el peso de aquel asesinato en mi alma.
Transcurrieron el segundo y el tercer día. Mi verdugo no vino, sin embargo. Como un hombre libre, respiré una vez más. En su terror, el monstruo había abandonado para siempre aquellos lugares. Ya no volvería a verle nunca: Mi dicha era infinita. Me inquietaba muy poco la criminalidad de mi tenebrosa acción. Inicióse una especie de sumario que apuró poco las averiguaciones. También se dispuso un reconocimiento, pero, naturalmente, nada podía descubrirse. Yo daba por asegurada mi felicidad futura.
Al cuarto día después de haberse cometido el asesinato, se presentó inopinadamente en mi casa un grupo de agentes de Policía y procedió de nuevo a una rigurosa investigación del local. Sin embargo, confiado en lo impenetrable del escondite, no experimenté ninguna turbación.
Los agentes quisieron que les acompañase en sus pesquisas. Fue explorado hasta el último rincón. Por tercera o cuarta vez bajaron por último a la cueva. No me altere lo más mínimo. Como el de un hombre que reposa en la inocencia, mi corazón latía pacíficamente. Recorrí el sótano de punta a punta, cruce los brazos sobre mi pecho y me paseé indiferente de un lado a otro. Plenamente satisfecha, la Policía se disponía a abandonar la casa. Era demasiado intenso el júbilo de mi corazón para que pudiera reprimirlo. Sentía la viva necesidad de decir una palabra, una palabra tan sólo a modo de triunfo, y hacer doblemente evidente su convicción con respecto a mi inocencia.
—Señores—dije, por último, cuando los agentes subían la escalera—, es para mí una gran satisfacción habrá desvanecido sus sospechas. Deseo a todos ustedes una buena salud y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, señores, tienen ustedes aquí una casa construida—apenas sabía lo que hablaba, en mi furioso deseo de decir algo con aire deliberado—. Puedo asegurar que ésta es una casa excelentemente construida. Estos muros...¿Se van ustedes, señores? Estos muros están construidos con una gran solidez.
Entonces, por una fanfarronada frenética, golpeé con fuerza, con un bastón que tenía en la mano en ese momento, precisamente sobre la pared del tabique tras el cual yacía la esposa de mi corazón.
¡Ah! Que por lo menos Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio. Apenas húbose hundido en el silencio el eco de mis golpes, me respondió una voz desde el fondo de la tumba. Era primero una queja, velada y encontrada como el sollozo de un niño. Después, en seguida, se hinchó en un prolongado, sonoro y continuo, completamente anormal e inhumano, un alarido, un aullido, mitad horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno, horrible armonía que surgiera al unísono de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios que gozaban en la condenación.
Sería una locura expresaros mis sentimientos. Me sentí desfallecer y, tambaleándome, caí contra la pared opuesta. Durante un instante detuviéronse en los escalones los agentes. El terror los había dejado atónitos. Un momento después, doce brazos robustos atacaron la pared, que cayó a tierra de un golpe. El cadáver, muy desfigurado ya y cubierto de sangre coagulada, apareció, rígido, a los ojos de los circundantes.
Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y llameando el único ojo, se posaba el odioso animal cuya astucia me llevó al asesinato y cuya reveladora voz me entregaba al verdugo. Yo había emparedado al monstruo en la tumba

Gatomaquia de Lope de Vega

Estaba sobre un alto caballete de un tejado, sentada la bella Zapaquilda al fresco viento, lamiéndose la cola y el copete, tan fruncida y mirlada como si fuera gata de convento.Su mismo pensamiento de espejo le servía, puesto que un roto casco le traía cierta urraca burlona,que no dejaba toca ni valona que no escondiera por aquel tejado, confín del corredor de un licenciado. Ya que lavada estuvo, y con las manos que lamidas tuvo, de su ropa de martas aliñada, cantó un soneto en voz medio formada en la arteria vocal, con tanta gracia como pudiera el músico de Tracia, de suerte que cualquiera que la oyera, que era solfa gatuna conociera con algunos cromáticos disones, que se daban al diablo los ratones. Asomábase ya la primavera por un balcón de rosas y alhelíes, y Flora, con dorados borceguíes, alegraba risueña la ribera. Tiestos de Talavera prevenía el verano, cuando Marraquiz, gato romano, aviso tuvo cierto de Maulero, un gato de la Mancha, su escudero, que al sol salía Zapaquilda hermosa, cual suele amanecer purpúrea rosa entre las hojas de la verde cama, rubí tan vivo, que parece llama; y que con una dulce cantinela en el arte mayor de Juan de Mena, enamoraba el viento. Marraquiz, atento a las nuevas del paje, que la fama enamora desde lejos, que fuera de las naguas de pellejos del campanudo traje, introducción de sastres y roperos, doctos maestros de sacar dineros, alababa su gracia y hermosura con tanta melindrífera mesura; pidió caballo, y luego fue traída una mona vestida al uso de su tierra, cautiva en una guerra que tuvieron las monas y los gatos. Era el gatazo de gentil persona, y no menos galán que enamorado, bigote blanco y rostro despejado, ojos alegres, niñas mesuradas de color de esmeraldas diamantadas, y, a caballo en la mona, parecía el paladín Orlando, que venía a visitar a Angélica, la bella. La recatada ninfa, la doncella,
en viendo el gato, se mirló de forma, que en una grave dama se transforma, lamiéndose a manera de manteca, la superficie de los labios seca, y con temor de alguna carambola, tapó las indecencias con la cola; y bajando los ojos hasta el suelo, su mirlo propio le sirvió de velo: que ha de ser la doncella virtuosa más recatada cuanto más hermosa. Marraquiz, entonces, con ligeras plantas batiendo el tetuán caballo, que no era píe de hierro o pie de gallo, le dio cuatro carreras, con otras gentilezas y escarceos, alta demostración de sus deseos; y la gorra en la mano, acercóse galán y cortesano donde le dijo amores. Ella, con los colores que imprime la vergüenza, le dio de sus guedejas una trenza. Y, al tiempo que los dos marramizaban, y con tiernos singultos relamidos alternaban sentidos, desde unas claraboyas, que adornaban la azotea de un clérigo vecino, un bodocazo vino –disparado de súbita ballesta– más que la vista de los ojos presta, que, dándole a la mona en la almohada, por de dentro morada, por de fuera pelosa, dejó caer la carga y, presurosa, corrió por los tejados, sin poder los lacayos y criados detener el furor con que corría. No de otra suerte que en sereno día balas de nieve escupe, y de los senos de las nubes relámpagos y truenos súbita tempestad en monte o prado, obligando que el tímido ganado atónito se esparza, ya dejando en la zarza, de sus pungentes laberintos vana, la blanca o negra lana, que alguna vez la lana ha de ser negra; y hasta que el sol en arco verde alegra los campos, que reduce a sus colores, no vuelven a los prados ni a las flores; así los gatos iban alterados por corredores, puertas y terrados, con trágicos maúllos, y la mona, la mano en la almohada, la parte occidental descalabrada.

 

 LOS DOS GATITOS


Había una vez un gatito que vivía en una cueva del bosque. Un buen día, recibió una carta de un pariente suyo que residía en la ciudad; en ella, le anunciaba su próxima visita. Muy contento de poder ver a dicho pariente, empezó a buscar comida, con el fin de agradar a su visitante. Sus amiguitos
le ayudaron a encontrarla. Llegó el pariente, orgulloso y condescendiente. Acostumbrado a los refinados manjares de la ciudad, no estimó lo suficiente la comida que su anfitrión le ofreció. Antes de marcharse, el pariente de nuestro gatito le invitó a devolverle la visita.

Ya en la ciudad, el gatito del bosque se las vió y se las deseó para encontrar el domicilio de su pariente. Ruidos, sobresaltos, pisotones de la gente, amenazas continuas de los coches ... todo esto le puso muy nervioso.

Su pariente le recibió amablemente y le obsequió con un formidable banquete; una larga mesa repleta de los mas exquisitos manjares, llenaba el comedor. En plena comida, el ama de llaves del gato ciudadano, entró chillando y agitando una escoba; un perro callejero la perseguía, lleno de rabia.

Muy nervioso y atemorizado, nuestro gatito regresó a su casa del bosque. Pensó que no valía la pena rodearse de tanto lujo y riqueza, a costa de perder la tranquilidad y la paz interior. Prefería seguir viviendo como hasta ahora. Probablemente, su pariente de la ciudad acabaría enfermo de los nervios, o con úlcera de estomago. El, en cambio, seguiría tan contento y saludable como siempre.

 extraido de

http://www.calbenido.org/castella/rebost/cuentos/gatos.htm

ahora un lugar inexistente

GATOS EN EL ARTE

 GATOS...http://www.fuertesusa.netfirms.com/12gatos.htm
GATOS ESTELARES ...http://www.fuertesusa.netfirms.com/6gatos.htm
J. Fuertes
J.Fuertes se encuentra constantemente en estado de inspiración. Perpetuamente pleno de intuiciones.

no solo hay pintores que pintan gtos, si no que el gato tambien pinta algo en esta historia...
http://sepiensa.org.mx/contenidos/2004/p_gatosp/gatosp1.htm




Que los gatos pintan es un hecho conocido desde tiempos inmemoriales. Arriba a la izquierda, pergamino hallado entre las patas de un gato momificado (3000 AC) que muestra las marcas de pintura dejadas en él por el gato. A la derecha, ilustración que muestra la existencia de gatos pintores en la Edad Media.

Abajo, ejemplos actuales de gatos artistas:


los años del gato

los años del gato
tabla de equivalencias temporales